Twitter y la crítica al stakeholderism

Logo de Twitter.

Durante las últimas horas Twitter ha vuelto a estar en el centro de la polémica. Esta vez en razón de una medida anunciada por Elon Musk según la que se limitarán el número de visualizaciones a tweets dependiendo de si el usuario está o no suscrito a Twitter Blue y de si su cuenta fue creada recientemente.

Un cambio de política que sin duda generó mucha molestia entre los usuarios y que como consecuencia trajo de vuelta las viejas críticas que ya se hacían al CEO de Twitter momentos antes de la compra de la compañía. Estas no solamente eran sobre las consecuencias en la convivencia interna de la empresa que iba a significar el arribo del fundador de Tesla, sino que también a propósito de cómo sus decisiones repercutirían en la red social tal como se conocía (como se ve hoy con diversas modificaciones). ¿Eran previsibles estas y otras conductas? Para responder a la pregunta vale la pena traer a colación un análisis elaborado por Lucian Bebchuk y otros profesores (2022) en el que se repasa la adquisición de la plataforma del pájaro azul por parte del magnate en 2022 y sus implicancias para el stakeholderism.

En Derecho de Sociedades se conoce al stakeholderism (o al gobierno de las partes interesadas) como el enfoque de gobernanza que presta atención a los stakeholders en la toma de decisiones societarias, debiendo las empresas considerar y responder a las expectativas y demandas de todas las partes interesadas relevantes, tales como los trabajadores, clientes, proveedores, e incluso comunidades locales en sus procesos, y no sólo de los propietarios o accionistas y directivos. Dicho de otra manera, con el stakeholderism se busca superar el enfoque tradicional que únicamente pone énfasis en la figura del accionista (shareholderism) en la toma de decisiones de la sociedad, pasando así a un gobierno corporativo «socialmente responsable».

Dicha idea no ha sido de exclusivo interés en los círculos académicos e intelectuales. Muy por el contrario, ha sido abrazada por líderes empresariales que de ese modo lo han manifestado en importantes foros internacionales. Incluso yendo más allá, esa idea de stakeholder capitalism ha sido enmarcada en las misiones sociales de las empresas, tal como el caso de Twitter1.

En particular, en su declaración de misión y de valores fundamentales la empresa apuntaba a cuestiones como la promoción de los intereses de sus tweepts (sus empleados) y de la sociedad, teniendo un propósito societario común que también incluía posiciones sobre la conversación pública, la integridad cívica, la diversidad, el reconocimiento de los riesgos del cambio climático, de la guerra en Ucrania y un compromiso con prácticas ESG. Sin embargo, con la venta al empresario sudafricano el microblog demostró que todo ello era una fachada o mera estrategia de marketing (bien vale recordar que antes de la adquisición aún cotizaba en la bolsa).

Como documentan Lucian Bebchuk y cia. (2022), el traspaso de Twitter fue muy beneficioso para accionistas y directores, quienes desde el anuncio habían mostrado entusiasmo por la transacción. En síntesis, señalan los autores que la ganancia para los accionistas (dejando de lado a Musk que ya poseía un 9,5% de participación social aproximadamente) fue de 10.300 millones de dólares, para los cuatro altos ejecutivos dicha cifra alcanzó los 215 millones de dólares, y para los consejeros no ejecutivos fue de 93 millones de dólares. Nada menor. ¿Pero qué ocurrió con los tweepts? Lejos de lo que se podría intuir teniendo a la vista la declaración de principios de la empresa que hacía uso de una retórica pro empleados, o que se traduciría en proteger a los trabajadores de políticas luego de la adquisición, como queda demostrado en el documento in comento los directivos anteriores de Twitter ni siquiera mostraron interés en buscar soft pledges. La fusión de Twitter con Musk llevó a las pocas semanas en una reducción de cerca del 50% del personal y a un deterioro de las condiciones laborales de aquellos que siguieron en sus funciones.

En cuanto a los efectos para otras partes interesadas, es conocido que una vez Musk se hizo del control de Twitter reactivó las cuentas que antes la red había suspendido por «incitación al odio» (siendo el caso más connotado el de la del ex Presidente de EE.UU. Donald Trump, algo que se había publicitado por el CEO antes de cerrar el acuerdo de compra) y otras que fueron controladas por masificación de noticias falsas relativas al COVID-19 y propaganda Rusa de medios del Estado Ruso. El artículo de Bebchuk, Kastiel & Toniolo (2022) da a conocer que incluso se han reducido los departamentos de moderación de contenido y se han cerrado otros como el de promoción de derechos humanos.

En definitiva, y volviendo a la pregunta inicial (que es la que importa para efectos de esta columna): ¿Podía todo todo lo descrito, incluida la modificación de políticas de uso de la plataforma, ser anticipado? La respuesta es un sí. Además, como expresan los autores, todos los movimientos de Musk tienen implicancias prácticas más allá de Twitter, impactando en todo modelo de gobernanza societaria.

Existe la teoría de la promesa implícita de John Coffee (1986) y Andrei Schleifer y Lawrence Summers (1988) que, junto a la teoría de la producción en equipo de Margaret Blair y Lynn Stout (1999), predice que los dirigentes de las sociedades tenderían a salvaguardar los intereses de las partes interesadas en sus decisiones de adquisición, al ser este poder para poder bloquear alguna un incentivo ex ante para que los accionistas inviertan y las parts interesadas refuercen sus relaciones cooperativas en la empresa. No obstante, lo comentado hasta aquí y las conclusiones de Lucian Bebchuk y cia. (2022) dan cuenta que los resultados de esta operación no apoyan dichas predicciones. Ciertamente, «los líderes de Twitter no utilizaron el poder que efectivamente tenían para impedir la adquisición de un Musk para velar por los intereses de las partes interesadas»; por el contrario, y apoyándose en la teoría de la agencia (Bebchuk & Tallarita, 2020) los académicos argumentan que «los líderes empresariales tienen incentivos para no proteger los intereses de las partes interesadas más allá de lo que serviría a los intereses de los accionistas».

Efectivamente, por mucho que los líderes de las grandes empresas muestren al público su aprobación y supuesto compromiso con el stakeholderism éste es inútil a la luz de la evidencia. Incluso las misiones y otras declaraciones de propósito no son más que tinta sobre papel. Su límite yace en cuánto el interés de las partes interesadas esté en la misma dirección que el interés de los accionistas (crítica de la teoría de la agencia). Mientras no exista supervisión sobre la adopción de este tipo de manifiestos seguirán siendo una mera apariencia de valor hacia las partes interesadas que continuarán a la cola del vagón o, en el mejor de los casos en las cotizadas, servirán de tácticas de mercado coyunturales para atraer inversores millenials (con sus pros y contras).

Al final, todo hacía presagiar que la empresa socialmente responsable tendería a prácticas nada responsables con sus trabajadores, sus usuarios y la comunidad.


1Todas las capturas enlazadas en Perma.cc son de los autores.

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